Pedazos de
tierra en mi cara,
cara de
guerrero en mis ojos;
la batalla
comienza sin que
el cuerno
haya creado una
tormenta
con su sonoro
grito;
los hombres
de caras azuladas
se
levantan, alzan sus hachas,
mueren por
mil venablos;
consigo más
polvo que sangre
en mis
manos; lodo en mis nudillos
fluido
carmesí en mis ojos, mis
blancos
ojos; mis ojos oscuros…
La batalla
sigue y sigue,
sin que un
ángel exterminador nos
acabe a
todos, nos mutile hasta
pedir
perdón al Bienhechor por
todos nuestros
pecados y atentados
hacia sus
divinas creaciones…
La codicia,
el orgullo, la lujuria,
el
pesimismo sigue en nuestra
Aura,
mientas nos dieron un manto
sagrado
colorado de virtud…
…
¿Somos el
hijo pródigo o el pródigo del padre?
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