lunes, 18 de noviembre de 2013

La eterna nopalera

Estaba en la nopalera cubriéndome del sol; fumaba marihuana cuando miles de sombrerudos pasaron como colmena en la polvosa vereda. Cada día era una desbandada y me quedaba con menos marihuana; cada día bautizaban a bandidos y matones como generales; cada día menos parientes yo tenía. Y pues qué más da, la vida viene y se va: ya llevo muchos años por acá en la misma nopalera, cambié mis huaraches por tennis nike, y que siempre despierto y veo al mismo matón ahora como dinosaurio en su trono tricolor, pero eso sí, con diferente peinado y más chulo. Sí que sí.

Pedazos de tierra en mi cara

Pedazos de tierra en mi cara,
cara de guerrero en mis ojos;
la batalla comienza sin que
el cuerno haya creado una
tormenta con su sonoro
grito;
los hombres de caras azuladas
se levantan, alzan sus hachas,
mueren por mil venablos;
consigo más polvo que sangre
en mis manos; lodo en mis nudillos
fluido carmesí en mis ojos, mis
blancos ojos; mis ojos oscuros…

La batalla sigue y sigue,
sin que un ángel exterminador nos
acabe a todos, nos mutile hasta
pedir perdón al Bienhechor por
todos nuestros pecados y atentados
hacia sus divinas creaciones…

La codicia, el orgullo, la lujuria,
el pesimismo sigue en nuestra
Aura, mientas nos dieron un manto
sagrado colorado de virtud…



¿Somos el hijo pródigo o el pródigo del padre?

lunes, 4 de noviembre de 2013

Francisco el cu...

No sé qué le pasaba por la mente a mi querido Pancho cuando vino cojo de tacones a mi blanca y alconchonada oficina ese día. Recuerdo que en nuestra infancia, cuando vivíamos en la villa, solía visitarme en sus pulcras blanquecinas sandalias. Sí, era muy cuidadoso con la higiene, ya que su madre le atiborraba con historias de terror que se alargaban desde los “voraces piojos”, hasta el “temible monstruo engulle pitos” (herpes). Dichas visitas sólo eran para jugar a las canicas o perforar el poco pavimento que nos circundaba.
De sus tempranos años hasta los ocho, él aparentaba ser un niño muy educado, incluso de más; sin embargo, los chismes y mofas tardaron, pero llegaron a tiempo a la vida de Francisquito. Creo que así fue, porque en un día soleado, mientras yo experimentaba tremenda siesta desde mi casa, Francisco  jugaba a la roña con Fabio Rondulo; Panchito tenía bien puestas
sus impecables zapatillas, pero Fabio, un niño más regular de la villa, travieso, corría por el bárbaro suelo descalzo, incluso hay versiones en que él estaba “como Dios lo trajo a nuestra bendita tierra” –tengan ahí el por qué Pancho se sintió tentado a lo que ocurrirá más adelante-, otra fue que Francisco sin paños andaba, raro en su caso, porque pocos niños como él había, esos que hasta en verano usan suéter y pantalón largo, casi como si fuera a una extraña y lejana expedición. Esta costumbre le duró hasta la adolescencia para cambiarla por “atuendos más finos”.
Bueno, ¿en qué iba?... ¡Ah! ¿En su encuentro con el alfarero?

¡No, cabrón! Estás echando a perder la historia
 De por sí muy baboso al hablar

Cierto, cierto; ya recuerdo. Pues, mi estimado Francisquito la estuvo pasando muy guay -así como dicen en la península gachupina- con Fabio Rondulo. La algarabía, trotes y destrotes mezclaban tan bien en este momento recreativo; pero, ¿quién pudo creer que de un momento tan ameno sugiera la otra cara de Francisquillo? Y vaya que fue así: era el turno de Francisco en ir a pegarle la roña a Fabio. Este otro infante sintió que los rayos del sol le lamían la espalda desnuda, se da la vuelta en dirección a Apolo, deidad que se representa con su tirabichis, más mortal arma en el Olimpo, y extendió los brazos de lado a lado, los posiciona en forma horizontal, bueno, casi horizontal, ya que trazaban un ángulo de ciento sesenta y cinco grados, como también abrió un poco sus piernas; su cara morena, cara llena de diminutos tatuajes circulares que la misma hierofánica estrella le marcó, se alzó hacia el cielo, tal vez esperando una agradable lluvia de rayos solares, tal vez formando una representación del Hombre de Vitruvio en honor a Leonardo da Vinci. Por otro lado, se encuentra el muy alegre Panchito desplazándose frenéticamente hacia su nuevo amigo. Francisco no había reparado antes en la bonita piel bronce de Fabio, y esta vez por unos microsegundos se quedó atónito; otros dos segundos se detuvo jadeando del cansancio; otros cuantos contemplando al niño de bronce que tenía al frente de él. Francisco no respiró más diez veces cuando una idea se le ocurrió, como de igual manera efectuarla. Se deslizó furtivamente hacia Fabio, con pícara careta, se acerca al niño que disfruta de un rico baño solar. Dos, tres, cuatro pasos, las garras de Pancho se abren y las ensarta en el borromeo de Fabio Arredondo.
¡Qué epidemia fue el chisme! Llegó desde la casa de los Arredondo, hasta las villas de cercanas. Por supuesto que fue una tragedia para la familia de Francisco, ya que su pequeño hijo de a penas diez años tenía afecciones con los de su mismo sexo. Cosas, cosas de pueblos tradicionalistas; cosas que fragmentan u oscurecen el ser de un individuo, derrumbando futuros resplandecientes, convirtiéndolos en viles clichés de “maricones de estética” y mujeres membrudas de las zonas bermejas.
Aunque esa anécdota fue eliminada años después, todo por la ayuda del magnánimo regente de los toreros de nuestro adorado país. Como se ha de imaginarse, Francesco –sí, para darle clase a mi amigo en su nueva etapa de rockstar taurino- se convirtió en uno de los toreros de más talento, tocado por Dios para ser una las deidades mata toros de nuestro planeta tierra. ¿Fue fácil? No, no, claro que no, para nada. Todo se constituyó en base de garrotazos, blasfemias y, como dicen las malas lenguas del pueblo –conste que yo no lo inventé-, “un que otro masajito para el ánimo” que le dio su mismísimo tío Alcornoque de Frijolón; torero famoso, aclamado por el público sediento de sangre en el coliseo de la tauromaquia, pero un poco torpe en su breve elocuencia. Ni hablar en cosas de ciencias duras, porque su cabeza era más dura que ellas.
Es un juicio erróneo decir que su tío Alcornoque era un tirano con su sobrino, porque en verdad lo quería, mucho, sólo que el proceso para formar a bárbaros antibovinos es irrefragable que el proceso sea igual de bárbaro.
¡Cabrón jijo de tu madre! Háblame en español, no en inglés, mamón
                                                       ¿que “enredar irrefragrabre” qué? Chinga tu madre

De acuerdo, de acuerdo, espero que sea disculpable que tenga dos doctorados en literatura y humanidades, hago lo posible para que mis palabras sean lo suficientemente descifrables. Lo diré de una manera más germánica, si es que es plausible: para hacer toreros, hay que sufrir como burreros.

No entiendo, no sé qué dices
                                                             Hablas bien feo; qué bueno que nunca estudié

Quise decir que hacer toreros es un trabajo muy difícil, se sufre mucho. Bueno, no tanto, pero para el pobre Francisco fue horrible.
Ya a sus veinte primaverescos años era un galán de galanes; toda mujer lo deseaba entre su escarlata capa y camas nacaradas; todo público enardecido se consumía en gritos de “¡mátalo ya!” “¡Olé, mierda que hazlo mierda!” y mucho más. Catárquica la situación, muy catárquica. No, mejor lo pongo como “placentera” -luego no se entiende.
No, para nada obstante, Panchito detuvo su apetito carnal hacia los machos de bronce. En su pubertad ya se había liado algunos muchachos veinteañeros. Luego no discriminó sexo, sólo para probar, así una vez me contó él, Francisco, pero se quedó con el equipo fálico de la civilización humana. Yo todavía le hablaba, incluso salíamos por un que otro cafés cuando yo era estudiante y él ya un torero de renombre, y eso que así seguí a pesar de que se burlaban. A veces decían que yo era un marica, un rebana pepinos –qué obscenos pueden ser los niños, ¿no?-, o, los niños más educados y gentiles, me llamaban “l bicurioso”. Al rato de tener algunas novias, tener fama de muy bohemio y toda la parafernalia de los de mi ámbito, dijeron que era normal en nuestro espíritu, que alcanzábamos a ser muy curiosos como los griegos, pero manteniendo nuestra orientación heterosexual fija. Me dio igual, me da igual.
Lo único que faltaba es que me dijeran que estaba loco.
Francisco fue un gran catador de varones, superior en su comunidad. Hay que saber que se relacionó lascivamente con gente de la farándula internacional, el presidente de tal país, el embajador del otro, el gerente de una compañía monopólica, el contador de fulana organización, el abogado de la misma, el cajero de la tienda y el conserje de alguna primaria. Siempre me dijo “Para el amor y los placeres, no hay malos quehaceres”. Siguió y siguió, su libido sexual no concibió satisfacción alguna, le era como un deporte sin fin, más que la misma tauromaquia que lo tenía en un trono lleno de laureles y cupidos con nalgas rosadas.
¿Cómo no ya comentar lo que me contó Francisquito es día en que llegó a mi oficina? Vaya vaya, qué día fue ese. Yo estaba relajado en ese momento. Él entró cojeando por la ausencia de un tacón, con el rímel embarrado en sus sienes y estoque con lágrimas carmesí sobre el luminoso acero en mano izquierda.
Yo no sabía que le gustaban los entes peludos y cuadrúpedos. Me impresionó, pero a la vez no. Fue gracioso, claro, pero de Panchito, supongo yo, que se puede esperar todo. Pues, para variar, Francisco se adentró en una ironía en cuita: se enamoró de un cornudo toro.

No me vengas con pendejadas
                                                                              Ya empezaste a inventar...

Juro por el recuerdo difuso de mis padres Dionisio y Moria que eso me confesó. De hecho, hasta tuvo varios astados amantes, tantos que no quiso desembuchar la cantidad cuando se lo pregunté con impaciencia. Sin embargo, este último que tuvo fue excepcional, porque aclaró que los otros sólo fueron placer efímero, pero este, que ojos moros portaba, lo hechizó, tanto que cometió el peor error de su vida, tan grande fue que tanto su carrera y su futuro dependieron de ello.
Érase una vez…

¿Qué? ¿Ahora nos vas a contar un cuento maricón?


No, para nada, sólo quise darle un bonito principio  a la anécdota que sigue.

Órale pues
                                                                                                Órale

Bueno.
Érase una vez, un muchacho bien vestido, con lentejuelas coloridas de dorado y colorado, que alzaba una estoque hacia el público y su sonrisa hacía que el alba fuera la noche de ese día. Su trasero era de oro y turquesa, y al tacto era tibio mármol. Sus brazos, dos olmos o dos marros, constituían lo más preciado y vistoso de este sujeto llamado Francisco el cuarteador de toros. Y así lo ovacionaba el público hambriento de carne bovina. Él, como un épico gladiador, fijó su mirada hacia su moribundo contrincante que poco le dejaba desear a Minos. El toro, que con cariño Francisquillo le apodaba “Torito Infante”, tenía una piel gruesa, que tal vez no moriría en una sola estocada; pero lo más impresionante, era que no se podía saber con exactitud si su piel en verdad era roja infernal o negra abismal. Cáspita, cáspita.  La gente gritaba mil conjuros a la muerte –o a Francisco que se pusiera una túnica negra y que tomara acción con una larga os para terminar el espectáculo de una vez-, mientras él recapacitaba todo amoroso encuentro que tuvo con su Torito Infante. Él me dijo que pensó por un momento que el toro que se iba a sacrificar en esos momentos no era su adorado animal, sino Francisco el cuarteador de toros. Él se veía acorralado por tanto humano salvaje que sólo pedía la muerte de alguien, un chivo expiatorio, alguien a quien sería fácil quitarle la vida como la paleta a un niño sin que hubiera más conflictos. Proeza del bienhechor que es mi amigo, fue acercarse poco a poco al toro, con paso a pasito. La mano que sostenía el estoque temblaba. La capa paulatinamente se resbalaba de sus dedos hasta caer al suelo, haciendo una manta de picnic para quién demonios sabe. Una, dos y tres lágrimas caen como diminutos lagartos de sus ojos; y la estocada embistió al suelo, quedando bien plantada ahí, y los gruesos brazos de Francisco, se posaron en el Torito.
Pancho me describió bastante bien la escena, tanto que pude redactarla en mi mente con genialidad.

¿Y qué pasó después?
                                                             Sí ¿y qué más?

No me dijo mucho, sólo recuerdo que cuando de sus ojos brotaban lágrimas oscuras, sus labios trémulos emitieron un sonido que golpearon las cuatro paredes suaves de mi oficina: “Y lo que más recuerdo es algo que cuando pasaron los días, cuando ya todo mundo sabía mi otra vida y mi supuesta filia, es que un ex aficionado que iba en compañía de otros más me gritó esto ‘¡Hey, miren! Ese depravado ya no es Francisco el cuarteador de toros, sino Francisco el cule… e… ros…’”

Ahí estuvo, pinche loco, ya me hiciste llorar
                                              Qué triste final de ese depravado…

Vaya que sí lo fue. Pero es para preocuparse, dijo que ya se vengó de muchos que se mofaron de él, incluso en mi visita me contó que aquí, afuera de mi oficina, unos empleados también sufrieron su venganza con estas exactas palabras “ahora ellos sintieron lo que mi Torito Infante sufrió ese puto día”.















domingo, 3 de noviembre de 2013

En búsqueda de Angelina o la breve historia de un ocioso

“Yo sólo sé que no veo nada”
-José Luis Borgues


Estoy ocioso este día, así que voy a crear un personaje de lo más abyecto –sí sí, estoy exagerando, of course. Bueno, beri güel, ¿qué tal si empezamos con su cara? Imaginemos un hombre a mediados de sus cincuentas, con un ancho corporal –de este a oeste- no muy lejano al de un manatí o una papaya en horizontal; sus piernas delgadas como zancas –bien podría confundirse una ballena y a la vez con una garza; antiestético, pues-, pero tan pálidas y zambas, que hasta parece que una Venus piernas de escoba de Botero emergió entre ellas. Ahora, exceptuando sus peludos brazos, es menester visualizar su rostro, su particular rostro: un hombre de papada esférica, una barbilla menuda –tal vez lo más “bonito” de su pantagruelesca composición-,  una nariz cavernosa de grafito, unos poros que ¡madre mía! Más parece que un enjambre puede sostener una vida ahí. Sus ojos, cierto, sus ojos son lo más… -omitiré adjetivarlos excesivamente- Sus ojos color azul agua turbia. Puede pueble alegremente una conjuntivis en la zona ocular. Sus dientes: maíz, o elote, palabra que con rigor a duras penas la Real Academia de Españoles y Otros Hispanoamericanos incluyen –pues sí, proviene del náhuatl, idioma que ni Sócrates o Aristóteles tenían idea que existía… Aunque fuera interesante escuchar o leer, por ejemplo, los diálogos de Platón en dicho idioma, incluso alguna que otra tragedia de Sófocles, que en vez de llamarles a las sandalias a las sandalias, pos mejor “huaraches”; y que Baco en vez de vino o nepente, pos más rico un pulquesito con sus nopales en un plato de barro. Sí señor. Y, ¿Qué más podríamos concebir de este ignominioso ser? ¡El cabello y su nariz! Que es un poco largo, parecido tanto textura y color a una escoba. Su nariz es aguileña. Punto.
Perfecto, pasemos a vestirlo de una manera no adecuada: una gorra plana con un hueco que fue emparchado, unos pantalones de mezclilla cortos –que fueron cortados minuciosamente por un pulso malparkinsiano-, una franela muy canadiense y moteada de quién sabe qué tipo de mostaza francesa o paraguaya. La ropa interior. ¿Pensamos sobre eso? Qué más da: calzón con una línea trasera cobriza, marca “de frutitas”; calcetines largos que cubre toda la rodilla –y uno de ellos deja respirar el dedo gordo, mientras el otro el meñique. Listo, hemos finalizado toda la constitución física de… ¿Cómo lo nombramos? Me parece que Pablo, Pablo de Alfarache (guiño). No, mejor a nombrarlo Periñón (otro guiño). D’Artagnan –no-; Sancho -tal vez, pero no-; Don Juan -nada de eso tiene-; Valentín -por amor de Dios; ni san ni Valentín-; Espartaco -puede ser porque es todo un gladiador a la hora de exterminar cucarachas, y no-; Lamentino Espurdio -¡sí, ese ese!-; para no regodearnos tanto en escoger tan prestigiados nombres, lo bautizaremos con este último en nombre del padre, del hijo y es espírmitu santus, amén.
Ya pasamos por toda esta configuración del personaje, su psicología no será tan importante, sin embargo, la vislumbraremos con el relato de esta épica historia de un vago recién desempleado de una compañía anti plagas, sí a causa de que ciertos fumigantes los utilizó como enervantes (guiño). Y es que el trabajo hoy en día forma parte de esclavizarse formidablemente; unos consiguen un trabajo donde el pago es el sueldo mínimo, si es que no se estudió hasta una escuela que algunos nombre como alma mater, o incluso estos últimos a veces terminan con el título de “Gerencia en fabricar papas fritas en McDonalds y Burguers Kings”, pues ahí sí que “tu peor es nada”. Aunque mejor morir de hambre que esto o que recoger botes de aluminio de muchachos concupiscentes o maquilador express. Vaya que el ocio le remuerde, no mucho, pero lo bastante como para fungir ensueños bucólicos que, por influencia de una película que le causó una legítima erección, en el momento que su trasero besaba el sofá rancio de su minúsculo departamento: los pechos de Angelina Jolie en Vidas Robadas de Caruso. ¡Qué escena!
Enamorado hasta el cogote, este día –a fecharlo como martes dieciséis de junio del dos mil ocho- Lamentino pronuncia estas palabras “Quiero quebrarme a esta muchachita; ¡me voy pa’ Jaliwud!” y lo dice en serio. Toma su mejor sombrero plano, uno café arenoso, y lo demás que vistió es tal y como lo describimos anteriormente. Sólo que no se lavó los dientes, así que sus dientes están más amarillos porque luego fumó una o dos cajetillas para tomar valentía y aminorar los nervios. Por medio de sus ahorros y préstamos –que de seguro nunca los pagará de vuelta; ya saben, la crisis- compra el pasaje de avión en algún lugar cuyo nombre no queremos imaginar (guiño guiño) con destino a Los Angeles. Esperen, ¿qué les parece si me dejan facilitar la odisea de este engendro cuasimodiano de la sociedad actual? Lamentino Espurdio proviene de una ascendencia española que reside en los Estados (des)Unidos: los Espurdio de Valencia, una estirpe rústica que pocos judíos coquetearon en ella (guiños); es por eso que tiene su tarjeta verde o Green card para los gabachos. No me pregunten si su hermano o alguno de sus padres o que el trabajo, etcétera, lo hizo obtener tal privilegio.
Bien, Lamentino arriba al Los Angeles World Airports -¿a poco son tantos y se proclaman como “los aeropuertos del mundo”? Hasta en mi pueblo hay un aeropuerto y no ostenta con ese epíteto. (Inventaremos un recuerdo de él en el cual érase una vez un príncipe lamentable a sus veinte años llega a Los Angeles en autobús, con el medio de una visa rosada de papel y engargolado. Según él, Lamentino Espurdio LVI, de una antiquísima familia española de por ahí, experimentaría una hermosa vida del sueño americano que es la de “trabajar, ganar muchos dollars, casarse con una gringa de antepasados holandeses y volverse famoso de quién sabe qué ni quién sabe cómo”; pero, pues, así quiso el pobre príncipe Espurdio LVI. Lamentablemente trabajó como lavaplatos por cuatro años y medio, lo corrieron porque quebraba muchos platos por su mal pulso, consiguió con muchos esfuerzos su tarjeta verde, la casa donde vivía con algunos familiares gabachos lo expulsaron con la excusa de, cito “No te bañas por semanas, el dinero que ganas lo gastas en tarjetas de baseball, revistas de monas desnudas de Hustler y cigarros baratos; y no la chingues,  parece que tu cuarto un vago cagó hasta el techo”, cierro cita. A los dos meses, resignado en conseguir la nacionalidad, vuelve el deplorable y triste príncipe a su antiguo hogar y deambuló de trabajo a trabajo, atreviéndose en cierta ocasión -en una etapa de apuros económicos- a talonear, no obstante, fue obvio que ni los necrófilos lo contratarían para exhumar por una noche. Pobrecito Lamentino Espurdio LVI).
Cuando un oficial del aeropuerto lo interroga -en inglés, por supuesto, porque ya era residente PERMANENTE- que si por qué después de tantos años no había vuelto a la patria bendecida por Dios. Él responde “airo nou, yast nou que ai em bac and güant to güorc”. El oficial está acostumbrado a tal tipo de spanglish, por eso sonríe torcidamente y lo deja pasar para luego pensar “Damn, that beaner needs a bath and for sure a job”. Después este hombre, Lamentino, que poco a poco deja de pertenecer a una existencia ficticia, recurre perdido en las calles de Los Angeles sin valija y con escasos dólares. En un punto de su extraviado trayecto, levanta su brazo unos noventa grados y detiene a un cab. El cliché racista: un hindú, sin turbante, le pregunta con un acento que remite al oriente, que si a dónde se dirige “in da jaus of Jaliwud of Brad Pitt and Anyelina Yolí”, el taxista consternado, pero con el conocimiento de que Brad tenía una casa en Malibú, sea porque alguna vez en una revista de su mujer revisó la vida extravagante de ese famoso matrimonio, lo único que le queda por decir, antes viendo por el retrovisor al oloroso hombre de atrás, es “OK, sirr”. De un largo tráfico y viaje llegaron a Malibú. El chofer del taxi reconoce la mansión de Brad Pitt, la cual muy probable se encontraba sola, ya que él en ciertas imágenes de aquella revista le ilustró su apariencia. “We have arrrived, sirr; is fifty dollarrs” indica el taxista hindú. Lamentino Espurdio revisa su curtida billetera y ¡plaf! Vuela una polilla desde sus adentros y dos billetes americanos, uno de diez dólares y otro de un mísero dólar, observa con desgracia. “not inof moni, amigo” le contesta Lamentino. Es indudable que el taxista lanza miles de imprecaciones en inglés y en hindi. Lamentino espantado lanza los billetes en la cara del chofer y en breve sale disparado hacia la calle con sus zancas temblorosas.
La persecución no dura tanto tiempo, porque el taxista tropieza y se queda atrás. A las horas, cuando anocheció, desde una esquina espiaba Lamentino Espurdio la entrada de la mansión de Brad y Angelina. Una limusina se estacionó enfrente, una cerca eléctrica se abre y el largo automóvil entra. Lamentino de alguna manera se adentra a la mansión y ningún vigilante o perro guardián le obstaculiza su intrusión al solar. La cosa parece tan simple que sólo se le ocurre, pomposo, caminar sobre la vereda de diamantes hacia el enorme portón de la mansión. Se fija en los detalles y ornamentos excelsos del portón y muestra una sonrisa dorada vomitiva de placer. Imagina el abrir de unas rejas del paraíso, San Pedro y su gran barba blanca le sonríe, le deja pasar, luego, más allá, la espera desnuda con los brazos abiertos Angelina Jollie.
Toca la puerta. Nadie responde. Toca el timbre dos veces. Espera un momento. Unas voces del interior se escuchan como si se entablara una discusión entre dos personas y se abre el portón: Angelina con el ceño fruncido ve a un hombre desaliñado con aspecto de vagabundo y su cara obnubilada demuestra cierto terror a la pintura grotesca que aprecia en estos momentos. Lamentino no deja pasar un segundo más y la abraza y la besa húmedamente, una, dos, tres veces; le aprieta una nalga con su mano derecha, ella forcejea en vano, él se excita cada vez más; la cosa va para largo, pero se escucha el cerrar de un cajón seguido de un ¡bang!

Lamentino, lamentablemente, cae exánime sobre el piso aperlado. La sangre y sus sesos manchan el suelo, Angelina llora y Brad Pitt más atrás corre hacia ella y la abraza. Ella balbucea cosas sin sentido, él observa el cadáver con la boca abierta. “Brad, you killed him!” Pitt conjetura rápidamente que si porqué demonios es lo primero que piensa esta mujer si ese hombre inerte trató de violarla. Respiró profundamente, reflexionó el caso y demandó “Go get the bleach and I’ll call the police; this fucker will spoil the entrance”.

Nada

Que no me molestes con tu niñada,
así no se consigue nada,
que viviendo de marañadas,
se prefiere perderse en la nada.
Quizás
en tu océano turbulento
nadas,
pero dentro de esa tormenta,

conseguirás nada.

Cadaveritas

Mientras el chaparrón en su caballo calaca;
la chusma obtiene un risón de chachalaca.
No seas así, cabrón,
 nosotros pedimos un camisón ,
y tú nos das un camión.


Con razón no te veía, tarde y con este solesón.
 Pobrecito mi niño suda de a montón,
Pero vino la santa muerte que me dijo:
-Ya no me alcanza el panteón
 sólo por el capricho de nuestro Chaparrón.-


…Y vienen los suba,
 con una línea: al panteón.
No te enojes sólo porque el pueblo le eres indiferente
ya que pa’ el cielo vas lindo Chaparrón.

***

Una calaca le dice a otra huesuda:
-Ando malita y ni seguro para que me las cure.
Y la otra contesta:
-Pa’ que tanto pedo comadre,
sólo se vive una vez y eso déjalo nomas pa’ almas del purgatorio;
Sólo dan vueltas y vueltas en una fila pa’ al consultorio.


Pobrecito de mi gober;
 ahí va en un camión del suba,
y no se da cuenta que va lleno de muertos
 derechito, derechito a la tumba o al infierno.


*

!Ah, qué Pablo!,
de tan buena gente se murió
sin darse cuenta
de que ya muerto estaba
 antes de irse a la chingada.


Don Chente dejó de hablar.
Después de puro bla bla blá,
vino la muerte y se quedo sin hablá.


 *

El Pelón Moreno estaba sentado en la banqueta
dándose un pitillo pa’ la pena,
 y le dije que fuera por una peluca
Porque la muerte venía a la vuelta.
La muerte llego:
Pues como no veo a ni un pelón,
me llevo a este que tiene un pelucón.


La pobre Marthita en su celo,
sigue llorando sin consuelo,
ya que su fox se fue al cielo.

*

Ya no te quejes nada,
viejito barbón,
ya que pa’ la muerte no te falta nada,
así que de andar en tu Isla, mejor nada.


 *

El güerito Chorejón,
pretexto buscaba;
ya que la muerte lo ahogaba.
Y sin lugar a duda antes la gente lo adoraba.

*

Con razón ya no te falta un panzón;
muerte es tu razón,
-dame, pues, un chansón-
le dices,
pero la muerte espera a tu corazón.

*

Ándale muerte,
llévate a mi suegrita
pero no te llevas a mi mamashita.


 *

Y de clavadista se hallaba,
pero de una clavada:
fue al cielo con su nana.

*

Colorín colorado
esta muerte se ha cansado:

Los vivos pa’ al rato y los muertos se chingaron.

Amapolas de París

Veía...


Tu cara familiar
meciendo mi memoria,
en una euforia al azar,
con destreza de alegoría...

Qué fuiste...

Algo que no pude predecir,
reacción que pudiste dar,
ya que no la pude inferir...
sólo nos quedó abrazar.

Pensaba...

Química en mi cuerpo
revolviendo mi estómago,
Confundiendo mi espíritu.
Irracionable mi racionalidad,
Mi corazón palpitar
Mis ojos... MIRAR
Silencio

Respiro

Silencio

Respiro


Veo...

Lo que no veo

Eres...

Lo que eres para mí…

Pienso

Abrazarte
Besarte
Pensarte
Acorralarte
Imaginarte
Amarte
Alcanzarte
Conquistarte
Involucrarte
Sacarte
Mirarte


     Arte,

                             Amarte
     Besarte
                              Pensarte
          Mirarte…
                           ….....
…..

¿Qué más palabras?
¿Qué más obras?
¿Qué más dichas?
¿Qué más caricias?
¿Qué más acciones?
¿Qué más interacciones?
¿Qué más de lo demás?
¿Qué más y más?
Más y más...

¿Tan poco soy que tampoco lo soy?

¿Mucho que sin palabras labras?

Cú cú...

Veo un tallo...

Cú cú

Quiero dormir...

Cú cú

¿A dónde iré? Quiero saber...

Cú cú

¡Calla con tu cú cú …!

Cú cú

No...

Cú cú

No... Yo quería...

Cú cú

Quería...

Cú cú

Soñarte...

Cú cú

Cú cú

Cú cú


                                                                                                           

Tout s'arrête

El encuentro de nuestras almas
            (hijo de puta malnacido)

Que nos devuelven las calmas,
(¡Cabrón, cabrón, CABRÓN!)

Descansa en el transcurrir de los tiempos,
                                       (Mis testículos son tus ojos)

Cubre la vejez con la suavidad de biombos
(¡Putooo!)

Y ensalza la cortina de nuestros logros…
(No, no no no no no no)

Los ángeles de la mortalidad nos arrestan,
(¡muéranse, jodones!)

Rogamos piedad y nos devuelvan soledad
(¿con que muy muy?)




Cacarámba

Cacarámba estaba en el pórtico hablando consigo misma:

-Cuando llegaras mi amor, vida del todo consuelo…

Cacarámba seguía sin respuesta; ya que ella estaba hablando sola, consigo misma.

>>Seguid vuestro consejo, y no mirad al Océano, si no, morirás de soledad en él, ya que, el Océano, es tan profundo, triste e infinito que te comerá viva, pero antes de viva: Triste. <<

Cacarámba recordó aquellas palabras de su amado. Todo cambio, ella ya había roto aquella promesa que se hicieron los dos.

Adiós Cacarámba, el mundo no fue hecho para ti, pero tal vez después si.

Y Cacarámba cae desde su terraza hasta el temible océano, el cual la devoró sin dejar un rastro alguno de ella…


Ahora, la espuma de ese mar es negra de luto por las noches, clara y brilante esperanzadora por las mañanas.

Ben y En

-¡Hey Beto! ¿Qu’ases?
-No me chingues Enrique…
-Pero si te veo muy ensombrecido, mu’taciturnó
-Enrique: no me chingues.

Dos estudiantes caminan por un extenso boulevard; cualquiera de esos donde tenga una estatua dorada que figura toda una cínica alegoría de la paz y hermandad, entre otros monumentos que tal vez un invasor instaló pero el nuevo o viejo gobierno no lo tumbó por pereza o falta de ocio.

-Es que no me chingues, Enrique; las cosas siempre se van de la mierda a la cagada y viceversa
-No te pongas así, Beto, ya te la sabes que los mamones siempre ganan
-¡Eso mismo es lo que me joroba la cordura! ¿Crees que mis testículos siempre van a mantenerse bien parados para que un ojete los patee y pisotee? Los hijos de la chingada siempre se salen con la suya
¡Tras!, Beto patea un bote de basura y cae sobre el suelo. Una lata Campbells rueda y se esparce sobre el coladero próximo.
-Ay, Beto... Si te dijera. La neta, estas cosas de la farándula tal vez no sean para ti
-No es cosa de pertenecer a una bola de hipócritas; es mi deseo de tener voz, no quedarme estático en mi buró con una ociosidad de terrible en ver dramas, series anglosajonas y masturbarme una que otra vez
-Hijuela, pos si te dijera…
-No, no me lo cuentes.

Da la vuelta y mira aquel monumento que les dije. Ese, ese que muy probablemente sea dorado mas no de oro

-Puta mentira, Enrique. Ojalá mi padre fuera danés y mi madre inglesa o francesa o incluso holandesa para dármela del muy “fiu fiu”
-Beto, tú’sabes que eso no’s necesario. La vida sigue su curso, aunque en el transcurso haya cursera
-Mal consejo, mal dicho y mala rima
-Es que ya’ves que aquel Miguel Zapata ni madres es de blanco, nada güerito nada bonito y escribe perfectito
-Que ya sé; pero si no es de la metrópoli, es extranjero, así que me chingo porque soy de provincia y muy de provincia

En su mente Beto imagina que escupe aquel monumento y orina la cara de aquel inmutable y formidable cuerpo escultural –que imagino que si hubo una modelo no estaba tan bien proporcionada.

-¿Pos qué más de provincia puede ser’uno?
-¡Beto! Qué me cae que estás pendejo, aunque pa’ libar ni hablar…
-¡Ah, no! Hasta tú te la das de rimador
-Sólo por esta vez y por accidente, Beto. Te aguanto nomas porque eres mi hermano del alma.
-Así mero, Beto, ya te vas amansando
-¡Chingado y rechingado! Me encanija que siempre un pinche metropolitano o un súper criollo –me vale que luego me cuestiones que si qué racista o colonialista, ni madres-, pero siempre uno se friega y se friega y el mismo resultado de perder. ¿Qué? ¿Que si palancas? No, no, muy de vez en cuando uno puede ganar un empleo, concurso o cualquier miedo para obtener fama, dinero y levantar el ego con mucho trabajo y esfuerzo. ¿No crees? Tengo que venir de familia rica y noble o de abolengo; tengo que servir como lamebolas a un incuestionable hijo de puta; tengo que moler maíz con mis dientes para tamalear mis textos y hacerlos lo más interesantes posibles y me salen chilaquiles perdidos; tengo que desgarrarme el alma y tirarme del monte para TAL VEZ los amarillistas me publiquen un libro y digan “esto lo escribió el muchacho posible suicida en tal fecha de tal estado”

Hiperventilación.

-¿Estás bien, Beto?
-Uf…
-¿Beto?


La larga amarillenta frente de Beto se posa entre sus ambarinas manos y se sienta en la acera. Llora y la cabeza naranja horizontalmente ovalada de una persona asoma con penumbra atrás.