domingo, 3 de noviembre de 2013

En búsqueda de Angelina o la breve historia de un ocioso

“Yo sólo sé que no veo nada”
-José Luis Borgues


Estoy ocioso este día, así que voy a crear un personaje de lo más abyecto –sí sí, estoy exagerando, of course. Bueno, beri güel, ¿qué tal si empezamos con su cara? Imaginemos un hombre a mediados de sus cincuentas, con un ancho corporal –de este a oeste- no muy lejano al de un manatí o una papaya en horizontal; sus piernas delgadas como zancas –bien podría confundirse una ballena y a la vez con una garza; antiestético, pues-, pero tan pálidas y zambas, que hasta parece que una Venus piernas de escoba de Botero emergió entre ellas. Ahora, exceptuando sus peludos brazos, es menester visualizar su rostro, su particular rostro: un hombre de papada esférica, una barbilla menuda –tal vez lo más “bonito” de su pantagruelesca composición-,  una nariz cavernosa de grafito, unos poros que ¡madre mía! Más parece que un enjambre puede sostener una vida ahí. Sus ojos, cierto, sus ojos son lo más… -omitiré adjetivarlos excesivamente- Sus ojos color azul agua turbia. Puede pueble alegremente una conjuntivis en la zona ocular. Sus dientes: maíz, o elote, palabra que con rigor a duras penas la Real Academia de Españoles y Otros Hispanoamericanos incluyen –pues sí, proviene del náhuatl, idioma que ni Sócrates o Aristóteles tenían idea que existía… Aunque fuera interesante escuchar o leer, por ejemplo, los diálogos de Platón en dicho idioma, incluso alguna que otra tragedia de Sófocles, que en vez de llamarles a las sandalias a las sandalias, pos mejor “huaraches”; y que Baco en vez de vino o nepente, pos más rico un pulquesito con sus nopales en un plato de barro. Sí señor. Y, ¿Qué más podríamos concebir de este ignominioso ser? ¡El cabello y su nariz! Que es un poco largo, parecido tanto textura y color a una escoba. Su nariz es aguileña. Punto.
Perfecto, pasemos a vestirlo de una manera no adecuada: una gorra plana con un hueco que fue emparchado, unos pantalones de mezclilla cortos –que fueron cortados minuciosamente por un pulso malparkinsiano-, una franela muy canadiense y moteada de quién sabe qué tipo de mostaza francesa o paraguaya. La ropa interior. ¿Pensamos sobre eso? Qué más da: calzón con una línea trasera cobriza, marca “de frutitas”; calcetines largos que cubre toda la rodilla –y uno de ellos deja respirar el dedo gordo, mientras el otro el meñique. Listo, hemos finalizado toda la constitución física de… ¿Cómo lo nombramos? Me parece que Pablo, Pablo de Alfarache (guiño). No, mejor a nombrarlo Periñón (otro guiño). D’Artagnan –no-; Sancho -tal vez, pero no-; Don Juan -nada de eso tiene-; Valentín -por amor de Dios; ni san ni Valentín-; Espartaco -puede ser porque es todo un gladiador a la hora de exterminar cucarachas, y no-; Lamentino Espurdio -¡sí, ese ese!-; para no regodearnos tanto en escoger tan prestigiados nombres, lo bautizaremos con este último en nombre del padre, del hijo y es espírmitu santus, amén.
Ya pasamos por toda esta configuración del personaje, su psicología no será tan importante, sin embargo, la vislumbraremos con el relato de esta épica historia de un vago recién desempleado de una compañía anti plagas, sí a causa de que ciertos fumigantes los utilizó como enervantes (guiño). Y es que el trabajo hoy en día forma parte de esclavizarse formidablemente; unos consiguen un trabajo donde el pago es el sueldo mínimo, si es que no se estudió hasta una escuela que algunos nombre como alma mater, o incluso estos últimos a veces terminan con el título de “Gerencia en fabricar papas fritas en McDonalds y Burguers Kings”, pues ahí sí que “tu peor es nada”. Aunque mejor morir de hambre que esto o que recoger botes de aluminio de muchachos concupiscentes o maquilador express. Vaya que el ocio le remuerde, no mucho, pero lo bastante como para fungir ensueños bucólicos que, por influencia de una película que le causó una legítima erección, en el momento que su trasero besaba el sofá rancio de su minúsculo departamento: los pechos de Angelina Jolie en Vidas Robadas de Caruso. ¡Qué escena!
Enamorado hasta el cogote, este día –a fecharlo como martes dieciséis de junio del dos mil ocho- Lamentino pronuncia estas palabras “Quiero quebrarme a esta muchachita; ¡me voy pa’ Jaliwud!” y lo dice en serio. Toma su mejor sombrero plano, uno café arenoso, y lo demás que vistió es tal y como lo describimos anteriormente. Sólo que no se lavó los dientes, así que sus dientes están más amarillos porque luego fumó una o dos cajetillas para tomar valentía y aminorar los nervios. Por medio de sus ahorros y préstamos –que de seguro nunca los pagará de vuelta; ya saben, la crisis- compra el pasaje de avión en algún lugar cuyo nombre no queremos imaginar (guiño guiño) con destino a Los Angeles. Esperen, ¿qué les parece si me dejan facilitar la odisea de este engendro cuasimodiano de la sociedad actual? Lamentino Espurdio proviene de una ascendencia española que reside en los Estados (des)Unidos: los Espurdio de Valencia, una estirpe rústica que pocos judíos coquetearon en ella (guiños); es por eso que tiene su tarjeta verde o Green card para los gabachos. No me pregunten si su hermano o alguno de sus padres o que el trabajo, etcétera, lo hizo obtener tal privilegio.
Bien, Lamentino arriba al Los Angeles World Airports -¿a poco son tantos y se proclaman como “los aeropuertos del mundo”? Hasta en mi pueblo hay un aeropuerto y no ostenta con ese epíteto. (Inventaremos un recuerdo de él en el cual érase una vez un príncipe lamentable a sus veinte años llega a Los Angeles en autobús, con el medio de una visa rosada de papel y engargolado. Según él, Lamentino Espurdio LVI, de una antiquísima familia española de por ahí, experimentaría una hermosa vida del sueño americano que es la de “trabajar, ganar muchos dollars, casarse con una gringa de antepasados holandeses y volverse famoso de quién sabe qué ni quién sabe cómo”; pero, pues, así quiso el pobre príncipe Espurdio LVI. Lamentablemente trabajó como lavaplatos por cuatro años y medio, lo corrieron porque quebraba muchos platos por su mal pulso, consiguió con muchos esfuerzos su tarjeta verde, la casa donde vivía con algunos familiares gabachos lo expulsaron con la excusa de, cito “No te bañas por semanas, el dinero que ganas lo gastas en tarjetas de baseball, revistas de monas desnudas de Hustler y cigarros baratos; y no la chingues,  parece que tu cuarto un vago cagó hasta el techo”, cierro cita. A los dos meses, resignado en conseguir la nacionalidad, vuelve el deplorable y triste príncipe a su antiguo hogar y deambuló de trabajo a trabajo, atreviéndose en cierta ocasión -en una etapa de apuros económicos- a talonear, no obstante, fue obvio que ni los necrófilos lo contratarían para exhumar por una noche. Pobrecito Lamentino Espurdio LVI).
Cuando un oficial del aeropuerto lo interroga -en inglés, por supuesto, porque ya era residente PERMANENTE- que si por qué después de tantos años no había vuelto a la patria bendecida por Dios. Él responde “airo nou, yast nou que ai em bac and güant to güorc”. El oficial está acostumbrado a tal tipo de spanglish, por eso sonríe torcidamente y lo deja pasar para luego pensar “Damn, that beaner needs a bath and for sure a job”. Después este hombre, Lamentino, que poco a poco deja de pertenecer a una existencia ficticia, recurre perdido en las calles de Los Angeles sin valija y con escasos dólares. En un punto de su extraviado trayecto, levanta su brazo unos noventa grados y detiene a un cab. El cliché racista: un hindú, sin turbante, le pregunta con un acento que remite al oriente, que si a dónde se dirige “in da jaus of Jaliwud of Brad Pitt and Anyelina Yolí”, el taxista consternado, pero con el conocimiento de que Brad tenía una casa en Malibú, sea porque alguna vez en una revista de su mujer revisó la vida extravagante de ese famoso matrimonio, lo único que le queda por decir, antes viendo por el retrovisor al oloroso hombre de atrás, es “OK, sirr”. De un largo tráfico y viaje llegaron a Malibú. El chofer del taxi reconoce la mansión de Brad Pitt, la cual muy probable se encontraba sola, ya que él en ciertas imágenes de aquella revista le ilustró su apariencia. “We have arrrived, sirr; is fifty dollarrs” indica el taxista hindú. Lamentino Espurdio revisa su curtida billetera y ¡plaf! Vuela una polilla desde sus adentros y dos billetes americanos, uno de diez dólares y otro de un mísero dólar, observa con desgracia. “not inof moni, amigo” le contesta Lamentino. Es indudable que el taxista lanza miles de imprecaciones en inglés y en hindi. Lamentino espantado lanza los billetes en la cara del chofer y en breve sale disparado hacia la calle con sus zancas temblorosas.
La persecución no dura tanto tiempo, porque el taxista tropieza y se queda atrás. A las horas, cuando anocheció, desde una esquina espiaba Lamentino Espurdio la entrada de la mansión de Brad y Angelina. Una limusina se estacionó enfrente, una cerca eléctrica se abre y el largo automóvil entra. Lamentino de alguna manera se adentra a la mansión y ningún vigilante o perro guardián le obstaculiza su intrusión al solar. La cosa parece tan simple que sólo se le ocurre, pomposo, caminar sobre la vereda de diamantes hacia el enorme portón de la mansión. Se fija en los detalles y ornamentos excelsos del portón y muestra una sonrisa dorada vomitiva de placer. Imagina el abrir de unas rejas del paraíso, San Pedro y su gran barba blanca le sonríe, le deja pasar, luego, más allá, la espera desnuda con los brazos abiertos Angelina Jollie.
Toca la puerta. Nadie responde. Toca el timbre dos veces. Espera un momento. Unas voces del interior se escuchan como si se entablara una discusión entre dos personas y se abre el portón: Angelina con el ceño fruncido ve a un hombre desaliñado con aspecto de vagabundo y su cara obnubilada demuestra cierto terror a la pintura grotesca que aprecia en estos momentos. Lamentino no deja pasar un segundo más y la abraza y la besa húmedamente, una, dos, tres veces; le aprieta una nalga con su mano derecha, ella forcejea en vano, él se excita cada vez más; la cosa va para largo, pero se escucha el cerrar de un cajón seguido de un ¡bang!

Lamentino, lamentablemente, cae exánime sobre el piso aperlado. La sangre y sus sesos manchan el suelo, Angelina llora y Brad Pitt más atrás corre hacia ella y la abraza. Ella balbucea cosas sin sentido, él observa el cadáver con la boca abierta. “Brad, you killed him!” Pitt conjetura rápidamente que si porqué demonios es lo primero que piensa esta mujer si ese hombre inerte trató de violarla. Respiró profundamente, reflexionó el caso y demandó “Go get the bleach and I’ll call the police; this fucker will spoil the entrance”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario