domingo, 3 de noviembre de 2013

Ben y En

-¡Hey Beto! ¿Qu’ases?
-No me chingues Enrique…
-Pero si te veo muy ensombrecido, mu’taciturnó
-Enrique: no me chingues.

Dos estudiantes caminan por un extenso boulevard; cualquiera de esos donde tenga una estatua dorada que figura toda una cínica alegoría de la paz y hermandad, entre otros monumentos que tal vez un invasor instaló pero el nuevo o viejo gobierno no lo tumbó por pereza o falta de ocio.

-Es que no me chingues, Enrique; las cosas siempre se van de la mierda a la cagada y viceversa
-No te pongas así, Beto, ya te la sabes que los mamones siempre ganan
-¡Eso mismo es lo que me joroba la cordura! ¿Crees que mis testículos siempre van a mantenerse bien parados para que un ojete los patee y pisotee? Los hijos de la chingada siempre se salen con la suya
¡Tras!, Beto patea un bote de basura y cae sobre el suelo. Una lata Campbells rueda y se esparce sobre el coladero próximo.
-Ay, Beto... Si te dijera. La neta, estas cosas de la farándula tal vez no sean para ti
-No es cosa de pertenecer a una bola de hipócritas; es mi deseo de tener voz, no quedarme estático en mi buró con una ociosidad de terrible en ver dramas, series anglosajonas y masturbarme una que otra vez
-Hijuela, pos si te dijera…
-No, no me lo cuentes.

Da la vuelta y mira aquel monumento que les dije. Ese, ese que muy probablemente sea dorado mas no de oro

-Puta mentira, Enrique. Ojalá mi padre fuera danés y mi madre inglesa o francesa o incluso holandesa para dármela del muy “fiu fiu”
-Beto, tú’sabes que eso no’s necesario. La vida sigue su curso, aunque en el transcurso haya cursera
-Mal consejo, mal dicho y mala rima
-Es que ya’ves que aquel Miguel Zapata ni madres es de blanco, nada güerito nada bonito y escribe perfectito
-Que ya sé; pero si no es de la metrópoli, es extranjero, así que me chingo porque soy de provincia y muy de provincia

En su mente Beto imagina que escupe aquel monumento y orina la cara de aquel inmutable y formidable cuerpo escultural –que imagino que si hubo una modelo no estaba tan bien proporcionada.

-¿Pos qué más de provincia puede ser’uno?
-¡Beto! Qué me cae que estás pendejo, aunque pa’ libar ni hablar…
-¡Ah, no! Hasta tú te la das de rimador
-Sólo por esta vez y por accidente, Beto. Te aguanto nomas porque eres mi hermano del alma.
-Así mero, Beto, ya te vas amansando
-¡Chingado y rechingado! Me encanija que siempre un pinche metropolitano o un súper criollo –me vale que luego me cuestiones que si qué racista o colonialista, ni madres-, pero siempre uno se friega y se friega y el mismo resultado de perder. ¿Qué? ¿Que si palancas? No, no, muy de vez en cuando uno puede ganar un empleo, concurso o cualquier miedo para obtener fama, dinero y levantar el ego con mucho trabajo y esfuerzo. ¿No crees? Tengo que venir de familia rica y noble o de abolengo; tengo que servir como lamebolas a un incuestionable hijo de puta; tengo que moler maíz con mis dientes para tamalear mis textos y hacerlos lo más interesantes posibles y me salen chilaquiles perdidos; tengo que desgarrarme el alma y tirarme del monte para TAL VEZ los amarillistas me publiquen un libro y digan “esto lo escribió el muchacho posible suicida en tal fecha de tal estado”

Hiperventilación.

-¿Estás bien, Beto?
-Uf…
-¿Beto?


La larga amarillenta frente de Beto se posa entre sus ambarinas manos y se sienta en la acera. Llora y la cabeza naranja horizontalmente ovalada de una persona asoma con penumbra atrás.


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