domingo, 3 de noviembre de 2013

El descarado

I

Qué congoja es tener todos los días que lavar el carro sólo por unos pesos que ni para la soda con mi torta diaria alcanzan. Yo, por eso, me he convertido en un sexo servidor pru activo –bueno, bueno, así me dijo que debería de ser mi manayer. ¿Así le empezamos? Va.
La cosa no es nomas andar de aquí y allá taloneando, ¿no?, o que “mira, esta ‘ñora anda necesitada de un siemental como tú” o que en medio de una pachanga te encuentres una rica changa; no, no, nada de eso, la mera onda es establecerte como un negocio prendedor —palabras sabias de mi manayer—, con todo y lujo de decir “aquí pura calidá”, mientras uno se encuentra su manayer, ósea un compadre que le haga el paro, o ayuda, pa’ que me entiendas, en conseguir chamba, clientes y publicidad, etecétera, para que uno trabaje día y noche. Yo por lo pronto, como soy muy laborioso, trabajo todito el día, sin escatimar hora.
Chole con que mi ex vieja me quitaba mucho tiempo, nanais, pura madre vuelvo al hoyo de una sola coneja, nel. Ahora me encuentro como esa abejita que va de flor en flor, pero haciendo lana. Qiúbo. Así la vida, así las cosas; no me ando con tabures de que disque está mal eso de vender tu cuerpo por dineros, que el pecado y el infierno: no. Al fin y al cabos todos nos vamos directitíto al infierno, con trapos, y si Dios manda, hasta con botas y una six de wait card. ‘Íñor.
Pues fíjense que no les cuento a diokis esto, porque todo tiene un por qué y un por cuál. Cómo no. Pus, pus, un día, como otros, yo andaba ahí tirando barrio con mi compadre Toño —mi manayer—, cuando dos que tres polis que ya conocíamos  llegaron y que preguntan qué estamos haciendo en un lugar público, que llevamos todo el día, y una sarta de molestias que contestamos con risas y “no sean así, chotas” —andábamos bien motorolos—, pero que nos vinieron con “No los metemos al bote si nos hacer un favor” y que les responde mi Toño “No la chingues, capi Tiburcio, si mi compadre hace favores que yo le consigo, pero todo por un precio; la chamba lo que es”, aunque no hubo respuesta, pero sí un carón por parte de Tiburcio, el más tronador de los chotas que estaban ahí, yo ofrecí este plan “Sobres, un favor pa’ ustedes, ni modo, ya me he cogido y me han cogido unos que otros güeyes”, pero recibí un trompazo, no tan fuerte, se notó que nomás lo hizo el tal Tiburcio para asustarme —¿o será que soy muy bueno para aguantar golpes? Que en mi chamba me han surtido algunos, eso sí por una cuota adicional, of cors—, y este, el oficial se dirige a mí y me sentencia “No digas esas mamadas, maricón, aunque te la des que te rifas a medio mundo, estás más feo que la chingada, no somos putos, y el favor no es para mí, ni para un oficial, pinchi baboso. Si quieres que te demos permiso para que trabajes en El centro, acompáñanos de una vez y no abras el hocico, que te apesta”, bueno, yo me cepillo los dientes de perdida una vez al día, ¿cómo que no me lavo los dientes?, eso pensé.
Le acepté “el favor” porque lo veía justo y necesario, como si fuera casi acto de la divina providencia. Mi compa Toño no me dejó atrás, él era más interesado que yo por la lana, y como tiene toda una tropa de prostitutas y putos, pa’ que me entiendan que hay de los dos géneros,  pues fue con el pretexto de estar seguro que yo estaré bien y que la madre, pero es lógico que es para hacerse purita publicidad. Así es este Toño, muy prendedor. Bien bien, que tomamos esta calle, luego otra que estaba tupida de carros, y eso que ya era de noche, después un bulevar y dejé de mirar porque me di cuenta que Toño se había camareado a los polis con destreza. Muy lococuente –ah, qué buenas pero graciosas palabras me enseña mi compa Toño. Cómo lo quise. Nos encontrábamos casi a las afueras de la ciudad y el chofer, creo que se llama Alfredo Benítez o Alberto Manríquez, no sé, no recuerdo, la cosa es que este poli estacionó el carro enfrente de una casa color beich de un piso. Y simón, ahí nos bajamos del carro policía, Tiburcio mantenía un carón que ni ganas de decirle que tenía un moco colgando en la nariz. Tiburcio manda al otro poli, uno moreno con ganas, más o menos como yo, sólo que yo soy más sexy, a que sacara algo de la cajuela, lo sé porque se lo dijo con los ojos y lo perseguí como cámara de cine hasta que sacó una bolsa de plástico grueso. Luego luego el  oficial Tiburcio me toma con violencia de un brazo, luego a Toño lo empujan hacia donde nos llevaban, hacia dentro de la casa, como si nos hubieran secuestrado o reptado,  bien loco. Yo por mi parte estaba asustadísimo, aunque soy valiente, bien vergas, pero no conocía bien a ese Tiburcio, ya me habían dicho que está medio mal del coco y que está bien dentro del narco o cosas turbias. Yo con el sexo servicio me quedo. O quedé.
Adentro de la casa todo parecía estar entre ordenado y desordenado, porque la cocina estaba más limpia que las nalgas de un chamaco popillo, pero en la sala de la entrada estaba llena de colillas de cigarros, en la mesa una bolsa de… ¿Lo digo? Ya pues, todo mundo lo sabe que los chotas son muy pericos. Era un cochinero, parecía que hubo un fiestón, hasta había bolsas negras, esas que dan en los expendios para los sis pacs y demás ondas. Nos sentaron a mí y a Toño en un sofá pestilente a cigarros y polvo. Nos preguntaron si queríamos perico, les dije que no, no ubostante Toño sí –este güey sí le mete a todo, menos jeroína-, lo cual lo puso muy activo, los ojos muy abiertos y sacándole más curas a los polis, que ya se habían amansado. Tiburcio desaparece por un pequeño pasillo que daba a un cuarto hasta el fondo de ahí; se abre una puerta, se cierra de prisa, se escucha como que algo cae al suelo, dos veces pasó eso, y con cada golpe los otros dos polis que se quedaron con nosotros se quedaron callados, como que incómodos. La onda ya estaba rara, peor cuando volvió Tiburcio con las manos hinchadas. Tiburcio se fue para la cocina, donde dejó el otro poli la bolsa de plástico gruesa, este tomó esa bolsa, la tiró y luego la abrió en una mesa de centro: un uniforme de policía, que veía que era más o menos de mi talla, lo levantó hacia el aire. Lo vio un rato, luego otro rato a mí. Ahí merito supe que yo tenía que vestirme ese uniforme policía. Creía que tal vez un poli pervertido que estaba dentro de la casa quería cogerse uno de sus similares, pero que se dejara, ¿no? Pero madres, que fue por otra cosa…
No se pidió de favor que me engalanara con un traje de policía, no, no, le afirmo que no, para nada; me exigieron con boca cerrada y ojos de matón que hiciera lo que tenía que hacer. Hasta creí que les caí bien mal, sólo por ser sexo servidor, mientras mi manayer tenía toda la fortuna de hasta contar chiste colorados con ellos. Nervios, nervios sentía; nada cómodo, nada tranquilo. Estos pinchis chotas… La onda que sigue no está para puritita madre digerible, me cae de madre, es algo que cambió mi consensión de ver la vida y también las ganas de salir a rifármela en las calles. Pos aquí también les va:
Yo ya iba pomposo a que me fusilaran o lo que sea trajeado de poli —que por cierto me encueré enfrente de los cabrones estos, parece que hasta les gustó el show cuando me vieron sin nada—, después se dispipusieron a llevarme casi de mano apretada hacia el pasillo que anteriormente Tiburcio se metió. Me lo había imaginado bien todo, y en el fondo había una puerta, como un cuarto escondido, oscuro, como para armarse unas pinchis pasadas que el malviaje no se quita. Me detienen justo delante de la puerta, que era blanca, y Alberto Benítez, o ese vato, poli, el chofer, se mete junto con el oficial Tiburcio, luego cierra, y yo a penitas pude ver que había un bulto tirado en el suelo, y un bulto vivo. Ahí que mis pelos estaban filosos, me estaba cagando de miedo, así meritas palabras; comí muchos tacos de cahuamanta en la mañana para andar al cien, pero me salió contraprouducente, porque ahora andaba bien topo, más por el pinchi culo que tenía, culo macizo. Me contuve un tiempo “Ya ni la chingan”,  se me salió decir eso con la boca temblorosa, como si fuera un rucailo de ochorrocientos años. Salen de vuelta el tal… Ése, el chofer, me hace con el dedo; este dedo, el que le dicen líndice; no, no no no, índice; bueno pues, que me meto al cuarto, bastante oscuro, pero de una ventana  de gota de agua que estaba casi pegada al techo, se metía un poco de luz, y así pude ver que el bulto que se encontraba tirado en el suelo era un joven vendado y esposado de no más de veinte años, bien madreado, mutillado a chingazos en la cara, se notaba por la boca partida en gajos, un ojo que de seguro parecía más un pinchi culo de gorila por lo negro que estaba esa parte hasta las mejillas. ¡No-mbre! Quería echarme a correr, luego que ese morro me vea, que cachen a los pendejos culeros de estos polis y que me crean policía también, ¡no! Yo que sólo culeo por dinero, nada que ver, nada que ver. En eso, Tiburcio le da una ligera patada al morrillo en el muslo, pero no responde, como que estaba inconsciniente. ¿Inconsssciente? Simón, eso. Entre Tiburcio y el chofer se dicen cosas “Este pinchi mamón está más madreado de lo que les pedí a los otros hijos de la chingada” y el chofer dijo, como que con una sonrisa en la boca “Chinguesu, pobre morro, pero la que le espera por rebeldito…”; quise darme la vuelta e inmediatamente me agarró del brazo y me dio un sope el condenado Tiburcio, y me amenazó “Mira cabrón, así está la cosa: tú eres un puto, un pinchi coge todo, ahora , pues, te vas a coger a este morro, pero te lo vas a coger duro, que le duela al mocoso” y yo entre tartamudeos le dije “p-pero no está chilo mi oficial, este morro está hecho pedazos, ap-parte  que no le hago a las violaciones, no es mi pedo” ¡Y que me lanzó un golpe en el estómago y me saca todo el aire! Este poli Tiburcio era un hijo de puta bien dado “¡Para que se le quite lo pendejo! Usted se lo va a follear todo, porque nosotros no queremos hacerlo, aunque tal vez otros lo hubieran hecho con mucho gusto; estos policías que te trajeron aquí no tienen ni la pizca de ser putos como tú, cabrón” tomé aire, respiro hondo y creo que me trago orines y caca, de seguro el morro ya había estado días en ese cuarto que parecía de película de terror.
*
<<“¡Te levantas, pinchi activista!” Una patada “¡Ándale cabrón, que disfruto darte en los huevos, si no te levantas te doy otras patadas más!” Y el muchacho empieza gemir del dolor y a toser sangre. Un cabo ríe y comenta “¿Cómo aguantan estos estudiantes, no, Pepe?”, pero al parecer al otro oficial  de más alto rango no le agradó tal declaración, y volviendo su cara con velocidad y furia hacia la del otro policía, el sexo servidor –todavía anónimo-, se percató que era información que no se debía dar a luz a cualquiera. Un oficial, por la fuerza, le baja los pantalones al estudiante, el cual probablemente sea el joven desaparecido Luis Francisco Peñúñuri  Gámez, a la vez que el secuestrado lloraba, aunque casi sin fuerzas se defendía.>>
“Ahí está, cógetelo” Me dijeron. Pero nel nel, le sacaba, cosa que vio en mis ojos el pinchi salvaje del Tiburcio. El muy condenado me agarra de los huevos y me grita “¡TE LO CULEAS O TE CORTO LOS HUEVOS!” y ni modo que decirle “No, no, ni pedo, todavía tengo otros de repuesto en mi cantona”, no, no, no no, ya estaba cagándome y por eso sí me lo cogí. No se me olvida. No se me olvidan los gemidos de dolor cuando le hice el sexo. No puedo. Vi cómo el trapo que le tapaba sus ojos se aflojó y dejó ver un ojo moreteado, lloroso, y, en algún puto momento, ¡lo vi, lo vi!, vi que me miraba con piedad, pero no nomas piedad, era como que este morro también aceptara que ya valió madres, que su vida, su pinchi dignidá, sus huevos, hombría, ¡todo, pero todo todo! Había terminado, todo. Qué hijo de puta fui.
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Me pidieron que me viniera en su cara y lo hice. Escuché un balazo, vino de afuera del cuarto. Luego se descargaron otro chingatamadral de balazos más que hacían un chingo de hoyos a la puerta. Fácil con esa cantidad te hubieran hecho capirotada. El joven otra vez había quedado inconsinen… inconsciente, trato de zafarme del pedo, pero como que huele a carne asada y volteo a los lados: el chofer estaba acostado en el suelo, como tirando la hueva, pero con varios agujeros que sacaban humo. El muy baboso no tenía el chaleco antibalas, de segurito. Tiburcio parecía herido, porque en una esquina se recargó, pero luego lo vi de rodillas quejándose. Escucho desde afuera de la puerta, la cual ya había volado su cerrojo “¡Jijos de su pinchi madre! ¿Con que nos querían matar después de eso? Ahora yo me los trueno, pero duro” a huevo que era la voz de Toño, pinchi manayer con huevos, puro pinchi cabrón valiente este compadre. El muy astuto de Tiburcio se arrastra hacia la puerta sin ruidito, queda enseguida de ella, como que esperando a que alguien entrara. Me ve, me ve el poli y su vista parecía la de un vato bien tumbado, que no le importa si se acribilla su jefa, nel nel, bien loco, me apunta con la pistola cuando entra otra pinchi ráfaga de disparos, yo ya estaba lleno de mierda en los pantalones, ni hablar de los meados, pero el Tiburcio saca el brazo y ¡pum, pum!
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Y ahí me di cuenta que perdí a mi Toñito. Chingado.



II
-Acláreme esto: ¿cómo pudo salir vivo de ahí, señor…?
-Mire, yo no recuerdo muchos detalles, sólo sé que me hizo obligar tener sexo con un morrito. De dónde están o cómo están los polis o el supuesto estudiante, no sé.
-Pero, es extraña la situación, ya que usted en su crónica afirma que los dos policías se referían a la víctima como un estudiante, ¿está de acuerdo?
-Yo quiero decirle una cosa: yo estuve bien desesperado y bieeen jai cuando me entrevistar para esa tal trónica.
-Crónica, señor.
-Eso.
-Pues, usted debió haber muerto en la escena. ¿Qué le pasó a su… compadre Antonio Preciado? Los resultados de lo que se pudo rescatar, tanto de la grabación y la crónica, sólo testifican que él murió, mientras, usted, que seguía en la habitación donde se produjo la violación, escapó de alguna manera, tal vez por arte de magia o un milagro. ¿Qué me puede decir de esto?
-Yo soy un hombre muy honesto y de miente muy abierta, como ha de saber por tanta verdad que dije en lo que me grabaron con esa máquina, y lo único que puedo decir es que pude irme de ese lugar sin que hubiera problemas con el oficial.
-¿Tiburcio, verdad?
-Bueno, no recuerdo, creo que nomás por decir un nombre lo llamé así, ¿qué no?
-Pues no sé usted…
-Chintrolas, ¿a poco no me cree? Pude haberme dedicado al servicio del sexo, pude haberme recostado con raza de mi genero sexual, pero eso no me hace decir verdades.
-¿A qué se refiere con “no me hace decir mentiras”?
-Eso.
-Bueno, sólo me parece extraño que ahora deje en tela de duda si supo claramente el nombre de unos de los oficiales, incluso en otras entrevistas ha dicho usted que no pudo ver las caras de los oficiales porque “estaban encapuchados”; sin embargo, una vez se le salió que andaban todos drogados y que eso pudo haber afectado su memoria o hasta haberlo hecho alucinar, y lo más irónico, es que en el noticiero visto de la televisora más poderosa de nuestro país, un criminólogo, un forense y un intelectual –que nomás faltó que el mismo presidente asistiera a tal discusión- afirmaron que usted, en efecto, “consumió enervantes”. ¿A caso tratan de cubrir algo o a alguien? No comprendo lo absurdo de este caso, es sólo quemar a los que ya están quemados, salvar la dignidad de la familia y amigos del muchacho desaparecido y punto, sanseacabó, como también lavarse las manos y que los políticos corruptos sigan adelante como siempre.
-Eh, sí, simón. Disculpe, señor, pero tengo que despedirme de usted.
-¡Oh! Qué pertinente su despedida… ¿Y sin razón?
-Razones; muchas.
- Qué payaso me salió usted…
-Muchas gracias por su invitación, y bais bais.











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