I
Qué congoja
es tener todos los días que lavar el carro sólo por unos pesos que ni para la
soda con mi torta diaria alcanzan. Yo, por eso, me he convertido en un sexo
servidor pru activo –bueno, bueno, así me dijo que debería de ser mi manayer.
¿Así le empezamos? Va.
La cosa no es nomas andar de aquí y allá taloneando, ¿no?, o que “mira,
esta ‘ñora anda necesitada de un siemental como tú” o que en medio de una
pachanga te encuentres una rica changa; no, no, nada de eso, la mera onda es
establecerte como un negocio prendedor —palabras sabias de mi manayer—, con
todo y lujo de decir “aquí pura calidá”, mientras uno se encuentra su manayer,
ósea un compadre que le haga el paro, o ayuda, pa’ que me entiendas, en
conseguir chamba, clientes y publicidad, etecétera, para que uno trabaje día y
noche. Yo por lo pronto, como soy muy laborioso, trabajo todito el día, sin
escatimar hora.
Chole con que mi ex vieja me quitaba mucho tiempo, nanais, pura madre
vuelvo al hoyo de una sola coneja, nel. Ahora me encuentro como esa abejita que
va de flor en flor, pero haciendo lana. Qiúbo. Así la vida, así las cosas; no
me ando con tabures de que disque está mal eso de vender tu cuerpo por dineros,
que el pecado y el infierno: no. Al fin y al cabos todos nos vamos directitíto
al infierno, con trapos, y si Dios manda, hasta con botas y una six de wait
card. ‘Íñor.
Pues fíjense que no les cuento a diokis esto, porque todo tiene un por
qué y un por cuál. Cómo no. Pus, pus, un día, como otros, yo andaba ahí tirando
barrio con mi compadre Toño —mi manayer—, cuando dos que tres polis que ya
conocíamos llegaron y que preguntan qué
estamos haciendo en un lugar público, que llevamos todo el día, y una sarta de
molestias que contestamos con risas y “no sean así, chotas” —andábamos bien
motorolos—, pero que nos vinieron con “No los metemos al bote si nos hacer un
favor” y que les responde mi Toño “No la chingues, capi Tiburcio, si mi
compadre hace favores que yo le consigo, pero todo por un precio; la chamba lo
que es”, aunque no hubo respuesta, pero sí un carón por parte de Tiburcio, el
más tronador de los chotas que estaban ahí, yo ofrecí este plan “Sobres, un
favor pa’ ustedes, ni modo, ya me he cogido y me han cogido unos que otros güeyes”,
pero recibí un trompazo, no tan fuerte, se notó que nomás lo hizo el tal
Tiburcio para asustarme —¿o será que soy muy bueno para aguantar golpes? Que en
mi chamba me han surtido algunos, eso sí por una cuota adicional, of cors—, y este, el oficial se dirige a
mí y me sentencia “No digas esas mamadas, maricón, aunque te la des que te
rifas a medio mundo, estás más feo que la chingada, no somos putos, y el favor
no es para mí, ni para un oficial, pinchi baboso. Si quieres que te demos permiso
para que trabajes en El centro, acompáñanos de una vez y no abras el hocico,
que te apesta”, bueno, yo me cepillo los dientes de perdida una vez al día,
¿cómo que no me lavo los dientes?, eso pensé.
Le acepté “el favor” porque lo veía justo y necesario, como si fuera
casi acto de la divina providencia. Mi compa Toño no me dejó atrás, él era más
interesado que yo por la lana, y como tiene toda una tropa de prostitutas y putos,
pa’ que me entiendan que hay de los dos géneros, pues fue con el pretexto de estar seguro que
yo estaré bien y que la madre, pero es lógico que es para hacerse purita
publicidad. Así es este Toño, muy prendedor. Bien bien, que tomamos esta calle,
luego otra que estaba tupida de carros, y eso que ya era de noche, después un
bulevar y dejé de mirar porque me di cuenta que Toño se había camareado a los
polis con destreza. Muy lococuente –ah, qué buenas pero graciosas palabras me
enseña mi compa Toño. Cómo lo quise. Nos encontrábamos casi a las afueras de la
ciudad y el chofer, creo que se llama Alfredo Benítez o Alberto Manríquez, no
sé, no recuerdo, la cosa es que este poli estacionó el carro enfrente de una
casa color beich de un piso. Y simón,
ahí nos bajamos del carro policía, Tiburcio mantenía un carón que ni ganas de
decirle que tenía un moco colgando en la nariz. Tiburcio manda al otro poli,
uno moreno con ganas, más o menos como yo, sólo que yo soy más sexy, a que
sacara algo de la cajuela, lo sé porque se lo dijo con los ojos y lo perseguí
como cámara de cine hasta que sacó una bolsa de plástico grueso. Luego luego el
oficial Tiburcio me toma con violencia
de un brazo, luego a Toño lo empujan hacia donde nos llevaban, hacia dentro de
la casa, como si nos hubieran secuestrado o reptado, bien loco. Yo por mi parte estaba
asustadísimo, aunque soy valiente, bien vergas, pero no conocía bien a ese
Tiburcio, ya me habían dicho que está medio mal del coco y que está bien dentro
del narco o cosas turbias. Yo con el sexo servicio me quedo. O quedé.
Adentro de la casa todo parecía estar entre ordenado y desordenado,
porque la cocina estaba más limpia que las nalgas de un chamaco popillo, pero
en la sala de la entrada estaba llena de colillas de cigarros, en la mesa una
bolsa de… ¿Lo digo? Ya pues, todo mundo lo sabe que los chotas son muy pericos.
Era un cochinero, parecía que hubo un fiestón, hasta había bolsas negras, esas
que dan en los expendios para los sis
pacs y demás ondas. Nos sentaron a mí y a Toño en un sofá pestilente a
cigarros y polvo. Nos preguntaron si queríamos perico, les dije que no, no ubostante
Toño sí –este güey sí le mete a todo, menos jeroína-, lo cual lo puso muy
activo, los ojos muy abiertos y sacándole más curas a los polis, que ya se
habían amansado. Tiburcio desaparece por un pequeño pasillo que daba a un
cuarto hasta el fondo de ahí; se abre una puerta, se cierra de prisa, se
escucha como que algo cae al suelo, dos veces pasó eso, y con cada golpe los
otros dos polis que se quedaron con nosotros se quedaron callados, como que
incómodos. La onda ya estaba rara, peor cuando volvió Tiburcio con las manos
hinchadas. Tiburcio se fue para la cocina, donde dejó el otro poli la bolsa de
plástico gruesa, este tomó esa bolsa, la tiró y luego la abrió en una mesa de
centro: un uniforme de policía, que veía que era más o menos de mi talla, lo
levantó hacia el aire. Lo vio un rato, luego otro rato a mí. Ahí merito supe
que yo tenía que vestirme ese uniforme policía. Creía que tal vez un poli
pervertido que estaba dentro de la casa quería cogerse uno de sus similares,
pero que se dejara, ¿no? Pero madres, que fue por otra cosa…
No se pidió de favor que me engalanara con un traje de policía, no, no,
le afirmo que no, para nada; me exigieron con boca cerrada y ojos de matón que
hiciera lo que tenía que hacer. Hasta creí que les caí bien mal, sólo por ser
sexo servidor, mientras mi manayer tenía toda la fortuna de hasta contar chiste
colorados con ellos. Nervios, nervios sentía; nada cómodo, nada tranquilo.
Estos pinchis chotas… La onda que sigue no está para puritita madre digerible,
me cae de madre, es algo que cambió mi consensión de ver la vida y también las
ganas de salir a rifármela en las calles. Pos aquí también les va:
Yo ya iba pomposo a que me fusilaran o lo que sea trajeado de poli —que
por cierto me encueré enfrente de los cabrones estos, parece que hasta les
gustó el show cuando me vieron sin nada—, después se dispipusieron a llevarme
casi de mano apretada hacia el pasillo que anteriormente Tiburcio se metió. Me
lo había imaginado bien todo, y en el fondo había una puerta, como un cuarto
escondido, oscuro, como para armarse unas pinchis pasadas que el malviaje no se
quita. Me detienen justo delante de la puerta, que era blanca, y Alberto
Benítez, o ese vato, poli, el chofer, se mete junto con el oficial Tiburcio,
luego cierra, y yo a penitas pude ver que había un bulto tirado en el suelo, y
un bulto vivo. Ahí que mis pelos estaban filosos, me estaba cagando de miedo,
así meritas palabras; comí muchos tacos de cahuamanta en la mañana para andar
al cien, pero me salió contraprouducente, porque ahora andaba bien topo, más
por el pinchi culo que tenía, culo macizo. Me contuve un tiempo “Ya ni la
chingan”, se me salió decir eso con la
boca temblorosa, como si fuera un rucailo de ochorrocientos años. Salen de
vuelta el tal… Ése, el chofer, me hace con el dedo; este dedo, el que le dicen
líndice; no, no no no, índice; bueno pues, que me meto al cuarto, bastante
oscuro, pero de una ventana de gota de
agua que estaba casi pegada al techo, se metía un poco de luz, y así pude ver
que el bulto que se encontraba tirado en el suelo era un joven vendado y
esposado de no más de veinte años, bien madreado, mutillado a chingazos en la
cara, se notaba por la boca partida en gajos, un ojo que de seguro parecía más
un pinchi culo de gorila por lo negro que estaba esa parte hasta las mejillas.
¡No-mbre! Quería echarme a correr, luego que ese morro me vea, que cachen a los
pendejos culeros de estos polis y que me crean policía también, ¡no! Yo que
sólo culeo por dinero, nada que ver, nada que ver. En eso, Tiburcio le da una
ligera patada al morrillo en el muslo, pero no responde, como que estaba
inconsciniente. ¿Inconsssciente? Simón, eso. Entre Tiburcio y el chofer se
dicen cosas “Este pinchi mamón está más madreado de lo que les pedí a los otros
hijos de la chingada” y el chofer dijo, como que con una sonrisa en la boca
“Chinguesu, pobre morro, pero la que le espera por rebeldito…”; quise darme la
vuelta e inmediatamente me agarró del brazo y me dio un sope el condenado
Tiburcio, y me amenazó “Mira cabrón, así está la cosa: tú eres un puto, un
pinchi coge todo, ahora , pues, te vas a coger a este morro, pero te lo vas a
coger duro, que le duela al mocoso” y yo entre tartamudeos le dije “p-pero no
está chilo mi oficial, este morro está hecho pedazos, ap-parte que no le hago a las violaciones, no es mi pedo”
¡Y que me lanzó un golpe en el estómago y me saca todo el aire! Este poli
Tiburcio era un hijo de puta bien dado “¡Para que se le quite lo pendejo! Usted
se lo va a follear todo, porque nosotros no queremos hacerlo, aunque tal vez
otros lo hubieran hecho con mucho gusto; estos policías que te trajeron aquí no
tienen ni la pizca de ser putos como tú, cabrón” tomé aire, respiro hondo y
creo que me trago orines y caca, de seguro el morro ya había estado días en ese
cuarto que parecía de película de terror.
*
<<“¡Te levantas, pinchi activista!” Una patada “¡Ándale cabrón,
que disfruto darte en los huevos, si no te levantas te doy otras patadas más!”
Y el muchacho empieza gemir del dolor y a toser sangre. Un cabo ríe y comenta
“¿Cómo aguantan estos estudiantes, no, Pepe?”, pero al parecer al otro
oficial de más alto rango no le agradó
tal declaración, y volviendo su cara con velocidad y furia hacia la del otro
policía, el sexo servidor –todavía anónimo-, se percató que era información que
no se debía dar a luz a cualquiera. Un oficial, por la fuerza, le baja los
pantalones al estudiante, el cual probablemente sea el joven desaparecido Luis
Francisco Peñúñuri Gámez, a la vez que
el secuestrado lloraba, aunque casi sin fuerzas se defendía.>>
“Ahí está, cógetelo” Me dijeron. Pero nel nel, le sacaba, cosa que vio
en mis ojos el pinchi salvaje del Tiburcio. El muy condenado me agarra de los
huevos y me grita “¡TE LO CULEAS O TE CORTO LOS HUEVOS!” y ni modo que decirle
“No, no, ni pedo, todavía tengo otros de repuesto en mi cantona”, no, no, no
no, ya estaba cagándome y por eso sí me lo cogí. No se me olvida. No se me
olvidan los gemidos de dolor cuando le hice el sexo. No puedo. Vi cómo el trapo
que le tapaba sus ojos se aflojó y dejó ver un ojo moreteado, lloroso, y, en
algún puto momento, ¡lo vi, lo vi!, vi que me miraba con piedad, pero no nomas
piedad, era como que este morro también aceptara que ya valió madres, que su
vida, su pinchi dignidá, sus huevos, hombría, ¡todo, pero todo todo! Había terminado,
todo. Qué hijo de puta fui.
<>
Me pidieron que me viniera en su cara y lo hice. Escuché un balazo, vino
de afuera del cuarto. Luego se descargaron otro chingatamadral de balazos más
que hacían un chingo de hoyos a la puerta. Fácil con esa cantidad te hubieran
hecho capirotada. El joven otra vez había quedado inconsinen… inconsciente,
trato de zafarme del pedo, pero como que huele a carne asada y volteo a los
lados: el chofer estaba acostado en el suelo, como tirando la hueva, pero con
varios agujeros que sacaban humo. El muy baboso no tenía el chaleco antibalas,
de segurito. Tiburcio parecía herido, porque en una esquina se recargó, pero
luego lo vi de rodillas quejándose. Escucho desde afuera de la puerta, la cual
ya había volado su cerrojo “¡Jijos de su pinchi madre! ¿Con que nos querían
matar después de eso? Ahora yo me los trueno, pero duro” a huevo que era la voz
de Toño, pinchi manayer con huevos, puro pinchi cabrón valiente este compadre.
El muy astuto de Tiburcio se arrastra hacia la puerta sin ruidito, queda
enseguida de ella, como que esperando a que alguien entrara. Me ve, me ve el
poli y su vista parecía la de un vato bien tumbado, que no le importa si se
acribilla su jefa, nel nel, bien loco, me apunta con la pistola cuando entra
otra pinchi ráfaga de disparos, yo ya estaba lleno de mierda en los pantalones,
ni hablar de los meados, pero el Tiburcio saca el brazo y ¡pum, pum!
<>
Y ahí me di cuenta que perdí a mi Toñito. Chingado.
II
-Acláreme esto: ¿cómo pudo salir vivo de ahí, señor…?
-Mire, yo no recuerdo muchos detalles, sólo sé que me hizo obligar tener
sexo con un morrito. De dónde están o cómo están los polis o el supuesto
estudiante, no sé.
-Pero, es extraña la situación, ya que usted en su crónica afirma que
los dos policías se referían a la víctima como un estudiante, ¿está de acuerdo?
-Yo quiero decirle una cosa: yo estuve bien desesperado y bieeen jai cuando me entrevistar para
esa tal trónica.
-Crónica, señor.
-Eso.
-Pues, usted debió haber muerto en la escena. ¿Qué le pasó a su…
compadre Antonio Preciado? Los resultados de lo que se pudo rescatar, tanto de
la grabación y la crónica, sólo testifican que él murió, mientras, usted, que
seguía en la habitación donde se produjo la violación, escapó de alguna manera,
tal vez por arte de magia o un milagro. ¿Qué me puede decir de esto?
-Yo soy un hombre muy honesto y de miente muy abierta, como ha de saber
por tanta verdad que dije en lo que me grabaron con esa máquina, y lo único que
puedo decir es que pude irme de ese lugar sin que hubiera problemas con el
oficial.
-¿Tiburcio, verdad?
-Bueno, no recuerdo, creo que nomás por decir un nombre lo llamé así,
¿qué no?
-Pues no sé usted…
-Chintrolas, ¿a poco no me cree? Pude haberme dedicado al servicio del
sexo, pude haberme recostado con raza de mi genero sexual, pero eso no me hace
decir verdades.
-¿A qué se refiere con “no me hace decir mentiras”?
-Eso.
-Bueno, sólo me parece extraño que ahora deje en tela de duda si supo
claramente el nombre de unos de los oficiales, incluso en otras entrevistas ha
dicho usted que no pudo ver las caras de los oficiales porque “estaban
encapuchados”; sin embargo, una vez se le salió que andaban todos drogados y
que eso pudo haber afectado su memoria o hasta haberlo hecho alucinar, y lo más
irónico, es que en el noticiero visto de la televisora más poderosa de nuestro
país, un criminólogo, un forense y un intelectual –que nomás faltó que el mismo
presidente asistiera a tal discusión- afirmaron que usted, en efecto, “consumió
enervantes”. ¿A caso tratan de cubrir algo o a alguien? No comprendo lo absurdo
de este caso, es sólo quemar a los
que ya están quemados, salvar la
dignidad de la familia y amigos del muchacho desaparecido y punto, sanseacabó, como también lavarse las
manos y que los políticos corruptos sigan adelante como siempre.
-Eh, sí, simón. Disculpe, señor, pero tengo que despedirme de usted.
-¡Oh! Qué pertinente su despedida… ¿Y sin razón?
-Razones; muchas.
- Qué payaso me salió usted…
-Muchas gracias por su invitación, y bais bais.
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