domingo, 3 de noviembre de 2013

El estandarte perdido

Leí dos libros de historia, uno de un tal Hoeffenzorg o Langerhaus –no recuerdo con exactitud; para ser sincero nunca fui muy bueno para el alemán-, mexicano de ascendencia alemana irlandesa, otro del Colegio más famoso de mi país, editado por algunos Luises –Luis Hernández y Luis Martínez, y una Virginia Schoeffer. Quedé extremadamente confundido por las posiciones epistemológicas, idealistas e historicistas de cada libro. En el del Colegio, cuyo título es La Historia Oficial de M., el gran insurgente de nuestra nación cargó un épico estandarte con la Virgen de Guadalupe y murió gloriosamente como cualquier héroe digno de cantos épicos, nombres de calles principales y hasta de un estado o ciudad. En el del mexicano alemán irlandés chichimeca –él mismo se jacta de tener tantas mezclas de sangre, que de broma dijo en su prólogo “soy de sangre rosa, sangre tutti fruti (risas)”-, impone su ojo crítico y con innumerables ironías deconstruye la historia de la Independencia de M., pero con mucho alboroto en algunos capítulos.


Un día como este, yo me quedo dormido por la mañana en medio de una larga y desvelada investigación sobre la historia y posthistoria. Aparte del porro que fumé para esparcirme diez minutos y dejar que fluyan las ideas en un efecto celeste: caballos, planetas, cavernícolas, hachas de acero y madera, ídolos y cultos religiosos, mandrágoras y el Ágora… Y con un crujir de papeles un “tic” del caer de mi lápiz, mi aventura onírica comenzó con la activación del sistema límbico.


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